domingo, 18 de septiembre de 2011

La Violeta

Una de las tiendas más sugestivas de Madrid, con su portada clásica y sus vitrinas isabelinas, es sin duda “La violeta”, en la Plaza de Canalejas, donde se venden los caramelos fabricados con esa flor grácil y exquisita.  Además, hacen bombones, y frutas escarchadas y glaseadas.


Su propietaria, Mónica Prado, representa a la tercera generación en un comercio que nunca ha cerrado, ni siquiera en la guerra civil, desde su apertura en 1915.

domingo, 26 de junio de 2011

El feismo

A partir de 1960, la aparición de nuevos materiales baratos y llamativos supone un serio revés para la elegancia y armonía de nuestras tiendas, en lo que a veces parece una feroz competencia para ver quién consigue el comercio más espantoso.


Por otra parte, la desaparición de las escuelas gremiales hace que se reduzca el número de buenos artesanos (ebanistas, marmolistas, vidrieros, herreros, pintores, ceramistas…) capaces de realizar una decoración de calidad hecha con materiales nobles.

Los rótulos de plástico iluminados sustituyen a los bellos rótulos de cristal pintado o bronce. Las hermosas puertas de buena madera dan paso a los horrendos cierres metálicos de persiana, que para más inri, siempre están “decorados” con pintarrajos. Los zócalos de mármol pasan a ser de cemento. Los suelos hidráulicos o de buen parquet devienen en simples baldosas de cerámica. Para colmo, una incomprensible tolerancia con el vandalismo hace que las fachadas de los comercios tradicionales permanezcan cubiertas de pintadas de la peor especie, aliñadas con una pátina de pegatinas y carteles publicitarios.

El hecho de que algunas figuras jurídicas como la multirreincidencia no estén debidamente legisladas, hace que algunos comercios se protejan contra los robos con toda clase de cierres, bolardos, cámaras y alarmas que contribuyen a este afeamiento.

No terminan ahí los males estéticos de nuestro patrimonio cultural comercial. Los antiguos bazares y ultramarinos han sido sustituidos por la instalación masiva de tiendas de conveniencia y “todo a cien”, la mayoría de ellas fuera de toda norma estética.

Pese a tan lamentable panorama general, también se nota desde los inicios del siglo XXI una tendencia hacia el diseño de calidad incorporando las nuevas teorías y gustos en la materia. Aunque minoritarios, los establecimientos de buen diseño contemporáneo contribuyen a devolver a nuestras calles el aspecto de ciudad bella y elegante que distinguió a Madrid en la época dorada del comercio. Fomentando el buen diseño actual de calidad y respetando los comercios históricos, Madrid podría empezar a recorrer de nuevo el camino que la hizo un día ser el espejo del mejor comercio nacional y parte del buen comercio europeo de primer nivel.

sábado, 1 de enero de 2011

Ferias y mercados en la historia de Madrid

Ferias y mercados

      De toda la vida, a los madrileños nos han encantado las ferias y mercados al aire libre. Entre otros motivos, por la exención de impuestos de que gozaban, mientras que los locales fijos estaban (y están) vapuleados a tasas, inspecciones, burocracia…
Testimonio de estas ferias son los mercadillos de barrio y el popular Rastro.
En el siglo XVI hay dos grandes núcleos mercantiles: la Plaza Mayor creada sobre la feria-mercado del arrabal, y la  plaza de La Cebada, que se convierte en el mercado del grano.
La Plaza Mayor centraliza el mercado de carne y pan (casas de la panadería y la carnicería) y acoge las tiendas de paños, cáñamos, quincalla, sedas e hilos. Además, se instalan en ella las ferias y mercadillos. Los vendedores se llamaban tablajeros, por colocar sus productos encima de tablas. Con el tiempo les permitieron poner toldos para evitar el sol y ciertos hurtos, pues había quienes deslizaban un sedal con anzuelo desde un piso alto y enganchaban lo que podían.
      Los cajones y tinglados callejeros se sustituyen  a mediados del XIX por los mercados cerrados, aprovechando para su construcción los solares creados tras la desamortización de Mendizábal. El griterío de las verduleras en calles tan castizas como la Ruda o la Corredera de San Pablo se va apagando al trasladarse éstas a los estupendos mercados de hierro. Bellas y útiles estructuras férreas como  San Ildefonso (que fue el primero, levantado en 1835),  La Cebada (creado en 1848), Olavide (1865), Los Mostenses (de 1875, el cual acogió el mercadillo de aves de Cuchilleros)  y el del Carmen ( de 1907), Lamentablemente, estas joyas arquitectónicas fueron destruídas y tan sólo nos queda en pie San Miguel, creado en 1913 por el arquitecto Alfonso Dubé. 
Paralelamente al auge de los mercados se crearon los pasajes comerciales, como los de Murga , Matheu, Del Comercio y otros.
En la breve época republicana se crean las grandes lonjas del pescado (1934) y de las frutas (1935) así como los mercados de Vallehermoso y Torrijos.
En la posguerra se construyen 16 nuevos mercados, entre ellos el de Antón Martín (1941), el de Maravillas (obra racionalista de Pedro Muguruza, de 1942) y el de San Fernando (de 1944. hecho por Casto Fernández Shaw en estilo neoclásico). Entre 1954 y 1981 se abren además 200 galerías de alimentación.

      La distribución se centralizó a principios del siglo XX en grandes lonjas, como el matadero y mercado de ganado de Arganzuela, de 1909, o los de frutas y verduras y el del pescado, de los años 30. En dichas lonjas, desde mucho antes de que amaneciera, las voces de los asentadores, fijando los precios y dirigiendo las ventas, eran contestadas por los Quileros, quienes negociaban directamente con los pescaderos, carniceros y fruteros de los barrios. Voces, que multiplicadas, suenan desde 1973 en la inabarcable lonja de Mercamadrid. Mercamadrid es hoy, a comienzos del siglo XXI, el mayor mercado de alimentos perecederos de Europa y uno de los mayores del mundo, con más de dos millones de metros cuadrados.