viernes, 21 de mayo de 2010

Los dependientes


J. Rodríguez Momelo dibuja así el mundo de los dependientes en los inicios del XX:

“Casi todos duermen en sótanos sin ventilación, o en habitaciones inverosímiles. Se levantan con la aurora. Dura su faena todo el día, comen deprisa y corriendo, cierran la tienda y arreglan todo dentro o ajustan las cuentas del día”

Lo cierto es que, antes de que la ley estableciese en 1919 las ocho horas, las jornadas laborales podían durar desde las 10 horas de las peluquerías, hasta las 15 de los ultramarinos o las 18 de las tabernas. Aunque en 1904 se estableció el derecho al descanso dominical, este tardó mucho en poder realizarse, lo mismo que el trabajo infantil, ya que en 1900 todavía era frecuente encontrar arrapiezos de 14 años trabajando en el comercio.

En 1912 se crea la llamada “Ley de la silla” que establecía el derecho de cada empleado a disponer de una silla, pues hasta entonces debían pasar la jornada más tiesos que un mástil, lo que ocasionaba no pocos problemas de salud. En cuanto al alojamiento, los empleados vivían a menudo en el propio establecimiento, colocando un pequeño colchón sobre los mostradores o en el mismo suelo, aunque no siempre había un colchón para cada trabajador.

Foto: Alvaro Benítez. (Dueño y empleados en el Museo del Pan Gallego)

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